El bien y el mal

Hace unos días, en una conversación amigable, un hasta ahora desconocido, me llegó a preguntar qué era el bien y el mal, y si existían. ¡Menuda pregunta!

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El mal, le dije, puede definirse como algo fáctico que se valora como pernicioso en contra de los seres humanos, animales, o la propia naturaleza, y que puede considerarse, por tanto, como algo objetivo. En cambio, la maldad es la génesis voluntaria del mal, algo volitivo que se quiere o se lleva a cabo por alguien, y puede considerarse por su origen como una realidad subjetiva.

El acto moral (bueno o malo) incluye una voluntad (un querer) y una conducta (el propio acto en sí), la voluntad es subjetiva pero la conducta y sus consecuencias o resultado de la acción es objetiva. El acto moral debe tener postulado un prerrequisito, la libertad del hombre; sin libertad el efecto benéfico o pernicioso de la acción es idéntico al de la lluvia o el rayo. Tomamos la decisión (se dice que la voluntad toma la decisión) tras un análisis racional y sentimental, más o menos superficial o profundo, en base a lo que es razonablemente bueno y favorable, y sensorial, emocional y afectivamente apetecible.

¿Qué es más importante el querer, o la conducta o resultado de la acción? Y ¿Qué podemos decir de la libertad humana? ¿Quién es el responsable último del mal?

Para dar respuesta a tan profundas y lacerantes preguntas me ayudé del camino ya trillado por el ilustrado Immanuel Kant (1724-1804). Kant concluye que se debe elaborar juicios morales correctos desde la racionalidad y por medio de juicios analíticos y a priori sin el concurso de la experiencia como en la lógica y en la matemática.

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Kant

Para Kant la racionalidad, igual que no necesita de lo empírico (de la experiencia) para saber y demostrar la verdad acerca de que 2+2 = 4 y de que su certeza se mantiene a lo largo del tiempo (su verdad es absoluta), cree él que es apta para establecer un juicio racional moral válido correcto, absoluto para cualquier lugar y tiempo; por ejemplo matar o robar siempre serán un mal. Se trataría de seguir un mandato a una norma racional autónoma, pero que se pudiera constituir, según tú, en una ley universal, esa máxima racional o imperativo categórico para Kant te diría: 1) obra de manera que la máxima que guie a tu voluntad pueda valer siempre como principio de legislación universal y 2) obra de tal modo que uses la humanidad tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca como un medio. Elegir ese principio de bondad, de buena voluntad, ese querer hacer el bien, actuar con la mejor buena voluntad posible es lo que Kant considera como de un acto moral correcto. Además Kant le reconoce la máxima dignidad a todos los seres humanos sin distinción, son una finalidad en sí mismos. Kant no tiene en cuenta las consecuencias de nuestra decisión porque según él estas son imprevisibles. La Ética de Kant es formal y a priori, no necesita de la experiencia y como las matemáticas sería universal y necesaria; es un filósofo del deber o deontológico. Kant no está de acuerdo con las Éticas materiales, a posteriori, tras la experiencia, o consecuencialistas o teleológicas o finalistas o utilitaristas que analizan el acto ético y su bondad en base a sus consecuencias o sus resultados. Son éticas materiales las que nos dicen que debemos actuar para obtener algo, la consecución de un fin, ya sea la felicidad (Aristóteles), el placer (Epicuro), o la mayor felicidad en el mayor número de seres (los utilitaristas o pragmáticos).

Además de este imperativo categórico de buscar el bien (que te dice como deber haz A), hay otros mandatos condicionados, lo que Kant llamó imperativos hipotéticos, si quieres A, entonces haz B, por ejemplo si no quieres ir a la cárcel no robes, son condiciones que te pueden seducir para llevar a cabo una acción. Toda acción que se guía sólo por imperativos hipotéticos es una acción moral incorrecta. Para Kant lo es incluso aunque los resultados de la misma sean beneficiosos.

Le debemos a Kant el noble intento y su esfuerzo de crítica del papel de la razón en la práctica (en la moral), y nos aclara hasta dónde nos puede servir la racionalidad como guía de nuestros actos.

Como crítica, es problemático y difícil de demostrar, en un supuesto real, que frente a un mismo dilema moral una misma persona dé la misma solución racional, en dos etapas de su vida, como imperativo categórico absoluto. Incluso es muy probable que dos jurados populares bienintencionados no dieran la misma sentencia de los mismos hechos en dos lugares distintos y en épocas distintas. Es cuestionable que las leyes morales autónomas sean universales y absolutas y del mismo nivel que la lógica y la matemática. Y también es absolutamente difícil y problemático de descartar que no estuviera motivada esa decisión personal y autónoma por condicionantes ideológicos, pensamientos, o atractores sensoriales, afectivos o emotivos. Por último, las consecuencias previsibles de nuestros actos son, a veces, tan obvias que no tenerlas en cuenta restaría racionalidad a nuestra decisión. La moral se desarrolla en relación y en el mundo y lo único cuantificable y observable es la conducta y las consecuencias de la acción. La sociedad ha instaurado el derecho, la legalidad pretende implantar la justicia elaborando leyes, generalidades, que abarquen los casos particulares en un intento de juicios sintéticos a priori, pero que es evidente y obvio que no se trata de una ciencia.

Lo que, desde mi perspectiva, siempre se mantiene como válido y prioritario, desde el punto de vista moral, es ese querer hacer el bien, u obrar con la mejor buena voluntad, que se impone como un deber autónomo, primero y principal. Dicho deber de hacer el bien no tiene que estar mediatizado por intereses particulares o emocionales. Pero en esa decisión para actuar lo más racionalmente posible debemos considerar que las consecuencias absolutamente previsibles también sean las más favorables. Si bien, desde un punto de vista moral la autonomía del deber está por encima incluso de las consecuencias legales.

Kant analizando el papel de la razón en la práctica (en la moral) establece tres postulados morales: la libertad humana, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios; sin los cuales la moralidad humana quedaría, para él, incompleta o coja. Ninguno de estos postulados se puede certificar que sean verdaderos. Sin la libertad humana, sin la capacidad de elección ninguna conducta puede sancionarse como buena o mala. Es igual que no se considera malo a un león porque muerda a otro animal o a un hombre, está en su naturaleza, no es libre. También para él se quedaría incompleta o coja la teoría moral si para el que ha sido bueno, y no ha tenido recompensa en esta vida, no hubiera una justicia divina que le recompensara. Y al contrario para el que había sido malo. Para ello implícitamente se necesitaría la inmortalidad del alma y un juez divino, Dios.

Es cuestionable la libertad humana. Estamos todos condicionados, por nuestros genes, por la naturaleza, por el ambiente, por la cultura y por la sociedad, y también por la enfermedad. Sin libertad no se puede sancionar moralmente. La Medicina nos informa de los graves condicionantes congénitos o adquiridos que hacen al ser humano irresponsable. El aparato emocional de la amígdala humana puede estar tan deteriorado (determinadas psicopatías) que la conducta de ese ser no sea muy distinta a la de un animal irracional. Otras veces es el racionamiento enfermizo el que te hace elaborar pensamientos e ideas paranoides (psicosis) que conducen a situaciones aparentemente violentas. En estos casos la ciencia nos advierte de la incapacidad humana ¿Pero el hombre medio, normal en estadística, actúa siempre libremente o está condicionado? Difícil pregunta, en general todos nos reconocemos un cierto grado de libertad que hace posible el juicio moral.

Los otros dos postulados son más problemáticos. Entramos en el terreno de la metafísica, y una necesidad de algo o de alguien para redondear una teoría no hace verdadero nada. La necesidad moral de la divinidad es una de las falsas demostraciones de la existencia de Dios.

Siguiendo el camino de la metafísica, por hacer preguntas “últimas” nos hemos preguntado los humanos por la responsabilidad del mal, ¿a quién se le echa la culpa de su existencia? A esa pregunta la ciencia no puede responder. Qué respuestas tenemos.

El maniqueísmo proponía una concepción dualista del mundo: defendían que la realidad está formada por dos principios, un principio bueno y otro malo, que se encuentran en continua lucha. Proponen no ya que el mal provenga del mismo Dios sino que el bien y el mal son los principios supremos que rigen cuanto existe, ambos con el mismo grado ontológico, que dan lugar a todas las cosas.

El neoplatonismo (una deriva de la teoría de la caverna de Platón) defendía que Dios, al igual que las Ideas para Platón, era lo inmutable, perfecto y el sumo bien. El mal se encontraría en la materia y por tanto en el mundo. La materia según los neoplatónicos es increada y es la responsable del mal.
Para san Agustín el mal nace de la libre voluntad del hombre. En el ser humano se da una lucha,según él, entre la materia y el espíritu. Se puede hacer una analogía con la lucha que se da entre los principios maniqueos y también con la concepción dualista de Platón respecto del hombre. Para san Agustín el mal no tiene entidad ontológica sólo el bien, para quien el mal es principalmente la privación de un bien. Por lo tanto, no existe el mal en sí mismo sino en la medida en que no se realiza un bien.

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Leibniz

Para Leibniz (1646-1716), Dios estaba obligado moralmente a crear el mejor de los mundos posibles. Dios evaluó la perfección total, y combinó la mejor proporción de bien metafísico, bien físico y bien moral. Por lo tanto, la criatura creada por Dios se encuentra al nacer con un mundo en el que existe el mal ontológicamente y que además está determinado a actuar de una forma concreta, aun respetándose su propia libertad. Por ejemplo, Dios desde toda la eternidad ya había contado con el mal que en el siglo XX iba a producirse por causa de Hitler, sin embargo, para mantener la armonía en el mejor de los mundos posibles (el actual), estaba moralmente obligado a crearlo. Aquí, según él, todo lo malo que se encuentra en el ser (imperfecciones, limitaciones, pasividad, temporalidad, etc.) se debe a la pobreza ontológica de la que parte.

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Adolf Eichmann

Está claro que el hombre es un ser arrojado al mundo, y el mundo es como es, con sus reglas, que pueden ser motivo de daño y de mal por inundaciones, tormentas o caída de un meteorito como el que aniquiló a los dinosaurios y que nos aniquilará si nosotros no lo hacemos antes. Ontológicamente es así y hay que conformarse como decía mi madre. Está claro, también, que vivimos en parte la vida diseñada por otro. Pero…nosotros somos responsables de crear un mundo, un mundo de amor o de odio, de compasión o de competición, de bondad o de maldad. Es labor del hombre añadir grados de libertad a su conducta. Humanizar la conducta del hombre consiste en eso. El hecho mismo de que los criminales, en su mayor parte, no son psicópatas y que actúan con libertad, que ni siquiera están locos o no son especialmente malas personas nos debe hacer reflexionar. El mismo Adolf Eichmann, coronel de la SS en el juicio de Jerusalén se defendió diciendo que él sólo había cumplido órdenes. A esto precisamente es a lo que Arendt llamó mal banal. Hannah Arendt fue una periodista y filósofa que siguió ese juicio y a partir de él teorizó sobre el bien y el mal, Arendt apreció que Eichmann era una persona vulgar, gris e irreflexiva, un burócrata que hizo bien su trabajo, que nunca cuestionó, se trataba de mandar a judíos a los campos de exterminio. Arendt defiende que la vulgaridad de gente como Eichmann es la causante de que las ideas de personas como Hitler igualmente vulgares puedan llegar a realizarse.

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Hannah Arendt

El verdadero problema se da cuando cualquier persona deja de pensar sobre sus actos, cuando alguien se somete a una idea, a un partido, a una persona sin dejar cabida a la propia reflexión. Es en ese momento en el que puede llevar a cabo actos terribles sin apenas ser consciente de la magnitud del mal que está produciendo. La consideración del mal como algo no puramente ontológico y determinado sino como fruto de la ausencia de juicio moral racional, algo de una mente superficial, propiciado por la falta de reflexión y la inconsciencia.

El mal es algo que está al alcance de todos y que hay que evitar cada día, impidiendo que la sumisa irreflexión, de la que somos responsables, se convierta en costumbre. Haz el bien, sé dueño de tu vida, se consciente de cada acto, date cuenta y evita la maldad como un automatismo fruto de la ausencia de reflexión crítica.